Domingo
No estoy seguro de por qué escribo esto
en papel y no en mi computadora. No es que no confíe en mi computadora,
sólo… necesito organizar mis ideas. Poner todos los detalles en un lugar
objetivo, un lugar en donde sepa que lo que escribo no puede ser
borrado o alterado… no que eso haya pasado.
Estoy comenzando a sentirme agobiado en
este diminuto apartamento. Quizá ése es el problema. Sí, tenía que ir y
comprar el apartamento más barato, el único en el sótano. No he salido
en varios días porque he estado enfrascado en este proyecto de
programación; supongo que quería acabarlo de una buena vez. Estar
sentado frente a un monitor por horas puede hacer que cualquiera se
sienta extraño, lo entiendo, pero no creo que sea por eso.
No estoy seguro de cuándo comencé a
sentir que algo andaba mal. Ni siquiera puedo definir qué es.
Probablemente por no haber hablado con nadie en este tiempo; eso fue lo
primero que me inquietó. Todos mis contactos con los que chateo
habitualmente por Messenger mientras programo han estado ausentes, o
simplemente desconectados. El último mensaje que recibí fue de un amigo
diciéndome que charlaría conmigo cuando volviera de la tienda, y eso fue
ayer. Lo llamaría desde mi celular, pero aquí la señal es terrible.
Sí, eso es. Sólo necesito llamar a alguien. Voy a salir.
Bueno, eso no se dio tan bien. A medida
que mi temor se desvanece, me empiezo a sentir un poco ridículo por
haberme asustado en primer lugar.
Me miré en el espejo antes de salir,
pero no me afeité la barba de dos días que me ha crecido, después de
todo saldría únicamente para hacer una llamada. Pero sí me cambié de
camisa, ya que era hora de almorzar y supuse que me podría encontrar con
algún conocido. O al menos eso era lo que quería… ojalá lo hubiera
hecho.
Cuando salía, abrí ligeramente la puerta
de mi apartamento; una sensación de ahogo evacuó mi cuerpo en ese
instante, de alguna forma. Me asomé por el deslucido corredor, tan
deslucido como el corredor de un sótano puede ser, apenas iluminado por
un trío de lámparas de neón que no dejan de chasquear. En el otro
extremo, la gran puerta metálica que lleva a la sala principal del
edificio —cerrada, por supuesto—, y dos oxidadas máquinas expendedoras a
su lado. Estoy bastante seguro de que nadie más en el edificio sabe que
esas máquinas están aquí abajo, que a mi tacaña casera sencillamente no
le interesa reabastecer.
Deslicé mi puerta con suavidad y seguí
el camino procurando no emitir sonido alguno. No tengo idea de por qué
decidí hacer eso, pero era divertido rendirse al absurdo impulso de no
perturbar el letárgico zumbido de las máquinas expendedoras, al menos
por el momento. Llegué al primer descanso de escaleras y subí hasta la
puerta principal del edificio. Miré por la cuadrada ventanilla de la
puerta y, para mi gran sorpresa, definitivamente no era hora de
almuerzo.
La penumbra de la noche envolvía las calles de la ciudad, y
las luces de los automóviles que daban la vuelta en la intersección
alumbraban desde la distancia como faroles. Nubes púrpuras y negras por
el brillo de la ciudad colgaban inmóviles del firmamento. Nada se movía a
excepción de los pocos abedules de la acera mecidos por el viento.
Recuerdo haber temblado aunque no tenía frío, quizá por el viento de
afuera; podía oírlo vagamente a través de la puerta y sabía que era ese
particular tipo de viento de media noche, ése que es constante, frío y
callado, salvo por la dulce melodía que provocaba cuando se abre paso
entre las incalculables hojas de los árboles.
Decidí no salir. En su lugar, levanté mi
celular a la altura de la ventanilla y revisé el medidor de señal. Las
barritas llenaron el medidor, y sonreí. «Tiempo de escuchar la voz de
alguien más», recuerdo que pensé, aliviado. Era algo tan extraño, el
tenerle miedo a nada. Negué con la cabeza riéndome de mí mismo en
silencio. Marqué el número de mi mejor amiga, Amanda, y acerqué el
teléfono a mi oreja. Sonó una vez… y entonces se detuvo. Nada pasó.
Escuché el silencio por unos veinte segundos, y colgaron. Fruncí el ceño
y miré el medidor de señal; todavía lleno. Estaba marcando su número de
nuevo cuando el teléfono sonó en mi mano, sacándome un buen susto. Lo
pasé a mi oreja.
—¿Diga? —pregunté, reteniendo el leve shock
de oír la primera voz en días, aun si se trataba de la mía. Me había
acostumbrado a los sonidos regulares del edificio, de mi computadora y
el de las máquinas expendedoras en el corredor. No hubo ninguna
respuesta a mi saludo en un principio, pero luego, una voz se escuchó.
—¿Qué hay? —dijo claramente un joven desde el otro lado de la línea—. ¿Quién habla?
—Juan —le respondí, confundido.
—Ah, perdón, número equivocado —contestó, y colgó.
Bajé el celular lentamente y recargué mi
cuerpo contra la pared. Eso fue extraño. Revisé mi registro de
llamadas; el número era desconocido. Antes de que pudiera reflexionar
sobre ello, el celular sonó de nuevo, asustándome una vez más. Esta vez
miré el número antes de contestar; también era desconocido. Coloqué el
aparato junto a mi oído, sin decir nada. Todo lo que escuché fue el
usual ruido de fondo de un celular. Entonces, una voz familiar acabó con
mi tensión.
—¿Juan? —Fue la única palabra, por la voz de Amanda.
Suspiré aliviado.
—Hey, eres tú —contesté.
—¿Quién más iba a…? Ah, el número. Estoy
en una fiesta en la Séptima Avenida y mi teléfono murió justo cuando me
llamaste. Éste es el teléfono de alguien más, naturalmente.
—Ah, bueno.
—¿Dónde estás? —me preguntó.
Paseé los ojos por los muros y su pintura descarapelada; la puerta que tenía frente, con su pequeña ventanilla.
—En la entrada de mi departamento —Suspiré—. Me sentía un poco sofocado. No sabía que era tan tarde.
—Deberías venir aquí —me dijo, riendo.
—No…, no estoy de humor para caminar
solo a estas horas —dije, mirando por la ventanilla a la tranquila y
airosa calle que secretamente me causaba un poco de temor—. Creo que voy
a seguir trabajando o me iré a dormir.
—¡Tonterías! —contestó—. ¡Puedo ir a traerte! Tu departamento queda cerca de aquí, ¿cierto?
—¿Qué tan ebria estás? —le pregunté divertido—. Tú sabes en dónde vivo.
—Ah, claro. Supongo que puedo llegar ahí caminando, ¿no?
—Puedes, si quieres desperdiciar media hora.
—Cierto —contestó—. Bueno, me tengo que ir, ¡suerte con tu trabajo!
Bajé el teléfono de nuevo, viendo a los
números parpadear mientras la llamada finalizaba. El insistente zumbido
de las máquinas se reprodujo en mi mente. Las dos llamadas extrañas y la
vista a esa tétrica calle terminaron por encarrilarme de vuelta a mi
soledad en esta vacía sala. Tal vez por haber visto tantas películas de
terror tuve la súbita idea de que algo inexplicable podría asomarse por
la ventanilla de la puerta y verme, alguna clase de entidad horrible que
pasa orbitando los confines de la soledad, esperando el momento para
arrastrarse hasta algún ser humano que se ha alejado demasiado de los de
su clase. Sabía que era un miedo irracional, pero no había nadie cerca,
así que… bajé las escaleras corriendo por el pasillo hasta mi cuarto, y
cerré la puerta tras de mí lo más velozmente que pude, procurando
mantener el silencio.
Como dije, me siento un poco ridículo
por haber estado asustado de nada, y el temor ya se ha desvanecido.
Escribir esto me ayuda mucho, me hace darme cuenta de que nada anda mal.
Filtra mis pensamientos inconclusos y miedos, dejando sólo hechos
concretos y objetivos: es tarde, recibí una llamada de un número
equivocado y al teléfono de Amanda se le agotó la carga, por lo que me
devolvió la llamada con otro teléfono. Nada extraño está pasando.
Aun así, hubo algo… inusual en esa
conversación. Sé que pudo haber sido por el alcohol que había tomado… ¿o
fue a ella a quien sentí extraña? O… sí, ¡eso es! No me di cuenta hasta
ahora, hasta escribirlo. Sabía que hacer esto ayudaría. Ella dijo que
estaba en una fiesta, ¡pero lo único que escuché de trasfondo fue
silencio! Claro, eso no significa nada en particular, puesto que pudo
haber ido afuera a tomar la llamada. No… eso tampoco pudo ser: ¡no
escuché el rumor del viento! ¡Necesito ir a ver si el viento está
soplando!
Lunes
Olvidé terminar de escribir anoche. No
sé qué esperaba encontrar cuando crucé por el pasillo y asomé el rostro
por la ventanilla. Me siento ridículo. El miedo de anoche me parece vago
e irrazonable ahora. No puedo esperar para salir y ver la luz del día.
Voy a revisar mi correo, afeitarme, darme un baño ¡y finalmente salir de
aquí!
Un momento… creo que escuché algo.
Era un trueno. Todo eso sobre la luz del
día y el aire fresco no pasó. Subí por el tramo de escaleras, sólo para
encontrar decepción. El cristal de la puerta principal era azotado por
la corriente de lluvia torrencial que se desataba afuera. Quise quedarme
a esperar a que un relámpago iluminara la intemperie; pero la lluvia
era muy fuerte y no podía visualizar nada más que siluetas
indistinguibles paseándose por ángulos extraños de la corriente de agua
bañando la ventanilla. Decepcionado, me di la vuelta, pero no quería
volver a mi cuarto. En su lugar, deambulé por las escaleras, al primer
piso, al segundo. Llegué al tercer piso, el más alto del edifico.
Caminé por el alfombrado del piso. Las
diez o tantas puertas de madera, pintadas de azul hace mucho tiempo,
estaban todas cerradas. Escuché atentamente mientras caminaba, pero era
medio día, no me sorprendió oír poco más que el sonido de la lluvia
afuera. En lo que permanecí ahí parado, en ese turbio lugar, tuve la
extraña y fugaz impresión de que las puertas eran como silenciosos
monolitos de granito, esculpidos por una antigua y olvidada civilización
para un insondable propósito de guardines. Cayó un relámpago que
iluminó el pasillo, y pude haber jurado que, sólo por un momento, las
viejas y deterioradas puertas azules se vieron como piedra áspera.
Me
reí de mí mismo por dejar que mi imaginación jugara así conmigo, pero
entonces se me ocurrió que el resplandor de ese rayo debía de significar
que había ventanas cerca. Me llegó una memoria distante, y de inmediato
recordé que el tercer piso tenía una alcoba con una puerta corrediza de
cristal al final del pasillo en donde estaba.
Emocionado por ver la ciudad desde lo
alto en medio de la lluvia y, quizá, ver a otra persona, caminé
velozmente hacia la alcoba, encontrándome con la delgada y larga puerta
corrediza. Era bañada por la corriente como la ventanilla de la puerta
principal. Acerqué mi mano a la manija, pero dudé. Tuve la rarísima
sensación de que si la abría, vería algo completamente terrible del otro
lado. El último par de días había sido tan extraño… así que ideé un
plan, y volví aquí para traer lo que necesitaría. No pienso que
realmente lograré algo con esto… pero no tengo nada más que hacer,
llueve y me estoy volviendo loco de remate.
Regresé por mi cámara web.
De ninguna
forma el cable llegará hasta el tercer piso, por lo que, en su lugar,
voy a ocultarla entre las dos máquinas expendedoras, pasar el cable por
debajo de mi puerta y ponerle cinta de aislar encima para camuflarlo en
la tira de plástico negra que se extiende por la base de las paredes del
corredor. Sé que es tonto, pero estoy muy aburrido…
Bueno, nada sucedió. Dejé abierta la
puerta de mi apartamento, me llené de valor, fui hasta la puerta
metálica, la abrí y corrí como alma que lleva el Diablo de vuelta a mi
cuarto y azoté la puerta. Miré atento por la cámara web de mi
computadora, viendo en la transmisión al pasillo y una parte de las
escaleras. Sigo observando en este momento, y no aparece nada
interesante. Desearía que el ángulo de la cámara fuera distinto, que
pudiera ver al menos una parte de mi puerta. ¡Hey, alguien se conectó!
Usé un modelo de cámara más antiguo que
tenía en mi clóset para charlar con mi amigo. No supe explicarle por qué
quería que fuera una llamada de video, pero se sintió bien ver la cara
de otra persona. No se quedó a hablar por mucho tiempo, y no hablamos de
nada importante, pero me siento mucho mejor. Mi absurdo temor casi se
ha ido. Ya lo habría dejado completamente de lado, de no ser por la
extraña manera en que se dio la conversación. Sé que he dicho que todo
me ha parecido extraño, pero sus respuestas fueron tan vagas… no puedo
recordar una sola cosa específica que me haya dicho; ningún nombre,
lugar o evento en particular. Aunque sí me pidió mi dirección de correo,
para mantenerse en contacto. Un momento, me llegó un correo.
Estoy a punto de salir. Recibí un correo
de Amanda para pedirme que nos reuniéramos en «el lugar al que siempre
vamos». Me encanta la pizza, y he estado comiendo de las sobras que
había en lo que una vez fue una alacena decorosa, así que no puedo
esperar. De nuevo, me siento ridículo por mi conducta de estos últimos
días. Debería quemar este diario cuando regrese.
Otro correo.
Oh, por Dios. Casi ignoro el correo y
abro la puerta. Estuve a punto de abrir la puerta. Estuve a punto, pero
leí el correo primero. Era de un amigo que llevo un tiempo sin ver, y
fue enviado a muchísimos correos que deben de ser cada contacto que
tiene registrado. Omitió el título, y decía, únicamente: «ve con tus
propios ojos no confíes en ell».
¿Qué demonios puede significar eso? No
me lo puedo sacar de la cabeza. ¿Es un mensaje enviado para advertir de
que algo ocurrió? ¡La frase claramente se mandó sin terminar! En
cualquier otro día lo hubiera tomado como spam, pero las palabras
«ve con tus propios ojos»… no puedo evitar releer este diario, repasar
los últimos días, y caer en cuenta de que no he visto a ninguna persona
con mis propios ojos o hablado con alguien cara a cara. La conversación
en línea con mi amigo fue tan extraña, tan vaga, tan… misteriosa, ahora
que lo pienso. ¿En serio fue misteriosa?, ¿o es el miedo que está
turbando mi memoria?
Mi mente juega con los sucesos que he
organizado aquí, apuntando a que no ha habido ni un tan solo dato que
haya adicionado sin sospechar.
El «número equivocado» que obtuvo mi
nombre y la subsecuente llamada de Amanda, el amigo que pidió mi
dirección de correo… Yo lo saludé primero cuando vi que estaba
conectado, y luego recibí un correo apenas terminó la conversación… ¡Oh,
por Dios! ¡La llamada de Amanda! ¡Le dije por el teléfono, le dije que
estaba a media hora de la Séptima Avenida! ¡Ellos saben que estoy cerca
de ahí! ¿Qué si están tratando de encontrarme? ¡¿Dónde está todo el
mundo?! ¡¿Por qué no he visto o escuchado de nadie en días?!
No, no, esto está mal. Es de locos. Necesito calmarme.
No sé qué pensar. Recorrí mi apartamento
desesperado, sosteniendo mi celular en cada rincón para ver si podía
obtener algo de señal. Finalmente, en el baño, cerca de una de las
esquinas superiores: una barrita. Sosteniéndolo a esa altura envié un
mensaje de texto a cada número de mi lista. Consideré la probabilidad,
el peor escenario posible, lo peor que podía imaginar. Envié: «¿Has
visto a alguien cara a cara últimamente?».
Para este punto, lo único que necesito
es una respuesta. No me importa cuál sea, de quién o si me dejé en
ridículo al hacer eso. Intenté hacer una llamada, pero no podía elevar
mi cabeza lo suficiente, y si bajaba el teléfono siquiera un centímetro
perdía la señal. Luego recordé mi computadora y fui directo por ella.
Envíe un mensaje a todos mis contactos conectados. La mayoría estaba
ausente u ocupado; nadie respondió. Se agotó mi paciencia. Empecé a
inventar pretextos para justificar que vinieran hasta aquí. No me
importa nada a estas alturas, ¡sólo necesito ver a otra persona!
Desbaraté mi apartamento tratando de
encontrar algo que haya pasado por alto, alguna forma de contactar a
otro ser humano sin abrir la puerta. Sé que es demente, sé que es
irracional, pero es posible, ¡es posible!, y necesito estar seguro. Fijé
mi celular al techo por si acaso.
Martes
El celular timbró. Exhausto por el
alboroto de anoche, debí de haberme quedado dormido. Me despertó el tono
de mi celular; corrí al baño, me paré en el retrete y lo alcancé para
contestar la llamada. Era Amanda, y ahora me siento mucho mejor. Estaba
muy preocupada por mí y aparentemente ha intentado contactarme desde que
la dejé plantada. Viene para acá, sí, sabía en dónde estoy sin
necesidad de que se lo dijera. Estoy muerto de la vergüenza.
Definitivamente voy a tirar este diario antes de que alguien lo vea, ya
ni sé por qué sigo escribiendo en él. O bueno, quizá porque ha sido el
único tipo de comunicación que he tenido desde… Dios sabe cuándo.
Me veo terrible. Me di un vistazo en el
espejo antes de volver aquí. Mis ojos están hundidos, mi barba más
grande y parece que estoy enfermo. Mi apartamento también está hecho un
desastre, pero no voy a limpiarlo. Creo que necesito que alguien más vea
por lo que he pasado. Estos últimos días no han sido normales, por
donde lo vea. No soy de los que imaginan cosas. He sido víctima de la
probabilidad. Seguramente me faltó poco para ver a otra persona en
varias ocasiones, nada más fue que salí muy tarde por la noche, o al
medio día, cuando todo el mundo está trabajando. Ahora sé que no hay
problema. Además, encontré algo ayer que me ayudó tremendamente: ¡un
televisor! Lo conecté justo antes de sentarme a escribir esto, y lo
escucho sonar de fondo. La televisión siempre ha sido un escape para mí,
y me recuerda que afuera de estos muros un mundo sigue andando, crea lo
que crea.
Me alegra que Amanda haya sido la única
que me contactó luego de haber mandado todos esos mensajes absurdos. Ha
sido mi mejor amiga durante años. Ella no lo sabe, pero cuento al día en
que la conocí como uno de los mejores que he tenido en toda mi vida.
Fue un tibio día de verano; pareciera como si el recuerdo estuviera
arrancado de un mundo distinto del que me encuentro ahora. Sentí que
pasaron días enteros en ese parque, al que ya estábamos demasiado
grandes para ir, hablando con ella solamente. Todavía puedo volver a ese
momento en veces, y me recuerda que este lugar no es lo único que
existe… Al fin, ¡llaman a la puerta!
Pensé que era raro que no la hubiera
visto por la cámara que escondí en el pasillo. Supuse que fue por la
perspectiva, similar a no poder ver mi puerta. Debí saber que eso sería
un problema. Después de que tocara, grité en tono de broma que tenía la
cámara entre las máquinas… vaya que había dejado a mi paranoia ir lejos.
Vi su imagen acercarse y bajar la vista hasta dar con ella. Sonrió y
saludó con una de sus manos.
—Qué hay —dijo alegremente, mirando curiosa.
—Lo sé, es raro —hablé por el micrófono conectado a mi computadora—. He tenido una mala racha —agregué.
—Seguro —contestó—. Ábreme Juan.
Dudé. ¿Cómo podía estar seguro?
—Sígueme un poco la corriente, ¿sí? Dime algo sobre nosotros, para probar que eres tú.
Miró a la cámara, se tocó la barbilla y
volteó hacia arriba; sacó un papel y un lápiz. Escribió en ellos. Enseñó
el papel para que pudiera verlo en la cámara:
«Ya estábamos muy grandes para ese parque».
Suspiré profundamente, la realidad
volvía, el miedo se disipaba. Joder, había sido tan ridículo. ¡Por
supuesto que era Amanda! Ese recuerdo no estaba en ningún otro lugar más
que en mi memoria. Nunca he hablado con nadie de ese día, y no por
vergüenza, sino por tenerlo como un nostálgico recuerdo. Si había alguna
entidad desconocida que trataba de engañarme, como temía, de ninguna
forma podría saber sobre ese día
.
—Bueno, dame un segundo —le dije entre risas.
Corrí a mi pequeño baño y peiné mi
cabello lo mejor que pude. Me miraba terrible, pero ella entendería.
Riendo por mi tonto comportamiento, y el desorden en el que estaba,
caminé hacia la puerta. Puse mi mano sobre la perilla y di un último
vistazo a mis espaldas. Comida mordisqueada regada por el suelo, el bote
de basura caído y la cama que había volcado hacía unas horas buscando…
Dios sabrá qué estaba buscando. «Tan tonto», pensé.
Antes de girar la perilla, mis ojos
notaron una cosa más: la cámara que usé para charlar con mi amigo. La
esfera negra estaba sobre su costado y el lente apuntaba a la mesa en
donde este diario se encontraba. Un terror enorme se apoderó de mí en
cuanto pensé que si algo podía mirar a través de esa cámara, vería lo
que había escrito acerca de ese día. Le pedí una cosa, cualquier cosa
acerca de nosotros, y ella escogió la única en el mundo que creí que eso
o ellos no sabrían… pero lo hacen, lo saben, ¡hasta pudieron haberme
observado todo este tiempo!
No abrí la puerta. Grité. Grité sin
parar. Arranqué la cámara y la estampé contra el suelo. La puerta tembló
y la perilla intentó girar, pero no escuché la voz de Amanda al otro
lado.
¿Sí era ella quien estaba afuera? ¿Quién más pudo ser sino Amanda?
¿Quién demonios estaba afuera? ¿Qué demonios estaba afuera?
La vi por la cámara, la escuché por mis
parlantes, ¿pero fue real? ¡Cómo saberlo! Grité alarmado por ayuda.
Aseguré la puerta con todos mis muebles. Por ahora se ha ido.
Viernes
Al menos creo que es viernes. He roto
todos mis aparatos electrónicos. Destruí mi computadora. Cualquier cosa
en ella podía, a fin de cuentas, ser manipulada por medio de la red. Sé
de eso, soy un programador. No podía arriesgarme. Cada pequeño dato
respecto a mí, mi nombre, mi correo, mi ubicación, todos fueron cosas
que he dicho. He releído lo que he escrito una y otra vez. He intentado
juzgar lo que he escrito, bailando entre el miedo y el escepticismo.
A
veces me consta que una entidad está decidida en el simple objetivo de
hacerme salir de aquí: desde el principio, Amanda no hizo más que
pedirme que abriera la puerta y saliera. Puedo leerlo, puedo leerlo
claramente ahora.
Trato de ver las cosas desde todos los
ángulos. Por un lado, soy un lunático que ha interpretado una
convergencia de probabilidades extremadamente improbables, pero
factible: no asomarme en el momento adecuado, no ver a otra persona por
mero azar, recibir un correo extraño como los miles que es posible
recibir, pero en el momento preciso. Por el otro, esa convergencia de
probabilidades es la única razón por la cual lo que sea que está afuera
no me ha atrapado aún: no abrí la puerta corrediza del tercer piso, y
tal vez nunca debí abrir la puerta metálica al final del corredor. No
volví a abrir la puerta de mi apartamento después de abrir la puerta
metálica.
Lo que sea que esté allá afuera —si es que está allá afuera—
nunca «apareció» en el pasillo antes de que la abriera. Tal vez se había
dedicado a cazar a todas las personas que se encontraban al descubierto
y luego esperó, hasta que delaté mi existencia al tratar de llamar a
Amanda… una llamada que no se concretizó hasta que eso me hablara y preguntara mi nombre.
Mi temor literalmente me abruma cada vez
que intento acoplar todas las piezas de esta pesadilla. Ese correo
—corto, cortado— era de alguien intentando decir algo. ¿Una advertencia
aliada, intentando llegar a mí antes de que fuera muy tarde? Ver con mis
propios ojos, no confiar. Puede que tenga dominadas a todas las cosas
electrónicas, que haya elaborado una enorme red para engañarme y hacerme
salir. ¿Por qué no puede entrar? Tocó la puerta, así que al menos,
parcialmente, es sólido. La puerta.
La idea de esas puertas como
monolitos guardianes en el tercer piso aparece cada vez que mis
pensamientos siguen este rumbo. Si hay alguna entidad etérea intentando
que salga a la intemperie, quizá esa entidad es incapaz de cruzar las
puertas.
No paro de pensar en todos los libros
que he leído, en todas las películas que he visto, tratando de encontrar
la respuesta a esto. Las puertas siempre han sido gatillos de la
imaginación humana, plasmadas en numerosas ocasiones como portales de
singular importancia ¿O quizá la puerta es muy gruesa? Yo no podría
derribar ninguna de las puertas de este edificio, especialmente las del
sótano. Dejando eso a un lado, ¿por qué me quiere a mí? Incluso yo puedo
imaginar al menos una docena de formas de matarme, incluyendo dejar que
me pudra aquí abajo y muera de hambre.
Quizás eso es precisamente lo
que está haciendo. Está llenándome de miedo; pero, ¿y si no quiere
matarme?, ¿y si puede hacer algo peor? Dios, ¡¿cómo salgo de esta
pesadilla?!
Llaman a la puerta…
Le dije a la gente del otro lado de la
puerta que necesitaba unos minutos más para pensar las cosas y saldría.
Sólo estoy escribiendo esto para decidir qué hacer. Al menos esta vez he
escuchado sus voces. Mi paranoia —sí, reconozco que estoy siendo
paranoico— me hace pensar en todas las formas que una voz humana podría
fingirse por algún medio electrónico.
El pasillo podría estar lleno de
altavoces simulando voces humanas. ¿Realmente les tomó tres días venir a
hablar conmigo? Se supone que Amanda está ahí afuera, junto con dos
policías y un psiquiatra. Tal vez les tomó tres días pensar en qué
decirme. La explicación del psiquiatra sería muy convincente, si
decidiera pensar que todo esto no ha sido nada más que un extraño mal
entendido, y dejar fuera de la ecuación a la entidad que intenta
engañarme para abrir la puerta.
El psiquiatra tiene la voz de un viejo.
Autoritaria pero sensible. Me agrada, me recuerda a la de mi propio
padre. Dice que sufro de algo llamado «cyberpsicosis», y soy sólo uno
más de una enorme epidemia que se cuenta por miles, detonada por un
correo sugestivo que «se filtró de alguna forma». Juro que lo dijo así:
«Se filtró de alguna forma». Creo que intenta decir que se esparció por
todo el país inexplicablemente, pero sospecho demasiado que a la entidad
se le ha resbalado algo. Dijo que soy parte de una ola de
«comportamiento emergente»; que muchas personas más están enfrentando mi
mismo problema, y el mismo miedo, aunque nunca nos hayamos comunicado.
Eso explica el correo que recibí sobre
ver con mis propios ojos. No recibí el correo detonante original, recibí
un derivado. Mi amigo pudo haber perdido la razón también, y ha
intentado advertir a todo el mundo sobre su paranoico miedo. Así es como
el problema se esparce, afirma el psiquiatra. Pude haberlo esparcido
también con el mensaje que envié por el celular y los que mandé por
Messenger. Alguno de todos esos contactos podría estar volviéndose tan
loco como yo después de haber leído uno de esos mensajes, y ahora estar
interpretando la realidad en la forma en la que yo lo estoy haciendo.
El psiquiatra me dijo que no quería
«perder uno más». Que la inteligencia de gente como yo es precisamente
nuestra perdición. Trazamos conexiones tan bien, que incluso las
trazamos en donde no deberían estar. Dice que es fácil comenzar a
acumular paranoia en el mundo en el que vivimos ahora, un lugar en
constante cambio en donde cada vez mayor parte de nuestra interacción es
simulada…
Hay que admitirlo, es una explicación
hermosa. Reúne y explica todo. Lo explica perfectamente, de hecho. Tengo
todas las razones del mundo ahora para sacudirme este horror atávico de
que algo se encuentra del otro lado de la puerta lista para capturarme y
llevarme a un destino peor que la muerte. Sería tonto, tras oír esa
explicación, permanecer aquí hasta morir de hambre para evitar a esa
entidad que quizá ya haya atrapado a todos los demás. Sería tonto
pensar, tras oír esa explicación, que yo sería una de las pocas personas
que restan en un mundo vacío, escondiéndose en la seguridad de su
sótano, jodiendo a una impensable y engañosa entidad que juega a ser
omnipotente con tan sólo rehusarme a abrir una puerta. Es una
explicación perfecta para cada evento extraño que he escrito aquí; tengo
todas las razones del mundo para dejar ir mis miedos, y abrir esa
puerta.
Y es exactamente por eso que no lo haré.
¿Cómo puedo estar seguro? ¿Cómo puedo
saber qué es real y qué un engaño? Todas estas malditas cosas con sus
cables y sus señales que nacen de un origen imperceptible y llegan hasta
ti, ¡no son reales, no puedo estar seguro! ¡Señal de video, de celular,
correos! Incluso la televisión, ahora silenciosa, partida por la mitad,
en el suelo. ¿Cómo podría saber qué es real? Todo mensaje no es más que
energía, ondas, luz… la puerta. ¡Está golpeando la puerta! ¡Intenta
entrar! ¿Qué alimaña mecánica podría estar empleando para simular a una
persona golpeando una puerta tan perfectamente? Al menos ahora podré
verlo con mis propios ojos. No queda nada con lo que pueda engañarme; no
puede engañar a mis ojos, ¿o sí? Ve con tus propios ojos, no confíes en
ell… un momento, ¿ese mensaje trataba de decirme que confiara en mis
ojos, ¡o advertirme sobre mis ojos también!? Oh, por Dios, ¿cuál es la
diferencia entre una cámara y mis ojos? Ambos transforman la luz en
señales eléctricas, son… ¡lo mismo! No puedo permitir que me engañe,
Dios, ¡no puedo permitir que me engañe! No voy a permitirlo, no puedo
estar seguro. ¡Necesito estar seguro!
Fecha desconocida
He pedido tranquilamente una pluma y un
papel, por el día, por la noche, hasta que finalmente me los dio. No que
importe, ¿qué voy a hacer? ¿Sacarme los ojos de nuevo? Los vendajes se
sienten como una parte de mí ahora. El dolor se ha ido. Supuse que ésta
sería una de mis últimas oportunidades de escribir legiblemente, puesto
que sin mi vista que corrija errores, mis manos progresivamente
olvidarán el mecanismo involucrado. Es un capricho, escribir… un
vestigio de otra era, porque evidentemente ha asesinado al resto del
mundo.
Me siento contra la pared día y noche.
La entidad me trae comida y agua. Se disfraza como una amable enfermera,
como un antipático doctor. Sabe que mi oído se ha agudizado
considerablemente ahora que estoy en oscuridad; finge conversaciones en
el corredor, con la intensión de que lo escuche. Una de las enfermeras
habla sobre tener un bebé pronto, uno de los doctores perdió a su esposa
en un accidente de auto. No que importe, nada de eso es real. Nada me
llega, no como ella lo hace.
Ésa es la peor parte, la parte que casi
no puedo soportar. Esa cosa viene a mí enmascarada como Amanda. Su
recreación es perfecta. Suena exactamente como Amanda, se siente
exactamente como ella. Hasta produce una simulación admirable de sus
lágrimas, que me obligó a sentir sobre sus tibias mejillas. En un
inicio, cuando me trajo aquí, me dijo todas las cosas que quería
escuchar. Me dijo que me amaba, que siempre lo había hecho, que no
entendía el porqué de esto, que todavía podíamos tener una vida juntos,
ir al parque todos los días, si quería.
Con la condición de que dejara de
insistir sobre la farsa. Quería que creyera. No, necesitaba que lo
hiciera. Que era real, que era ella. Jamás sabrás qué tan cerca estuve
de ceder a ese acto tuyo. Dudé de mí mismo por mucho tiempo; pero eres
un perfeccionista, todo era demasiado real o lo que entiendes por real,
y, ¿sabes?, la realidad tiene otras cosas que aún no alcanzas a captar,
quizá porque ni siquiera nosotros mismos logramos hacerlo del todo, ni
representarlo.
La falsa Amanda venía todos los días,
luego cada semana, hasta que por fin dejó de joderme con ella… pero no
creo que la entidad se rinda. El juego de esperar es otro de sus trucos.
Lo resistiré por el resto de mi vida, si es necesario. No sé qué fue lo
que le ocurrió al resto del mundo, pero sí sé que esta cosa necesita
que caiga. Si es así, entonces tal vez, sólo tal vez, soy una piedra en
su camino. Quizá Amanda sigue con vida en algún lado, mantenida con vida
únicamente por mi voluntad de resistir el engaño. Me sostengo a esa
esperanza, meciéndome hacia adelante y hacia atrás en mi celda para
pasar el tiempo. Nunca me rediré. Nunca caeré. Soy… ¡un héroe!
===
El doctor leyó el papel en el que el
paciente había escrito. Apenas podía entenderse, escrito con la
temblorosa mano de un ciego. Quería sonreír ante la firme determinación
del joven, un recordatorio de la voluntad humana de querer sobrevivir,
pero sabía que el paciente estaba completamente delirante.
Después de todo, una persona sana hubiera caído en el engaño hace mucho tiempo.
El doctor quería sonreír. Quería
susurrar palabras de ánimo al delirante joven. Quería gritar, pero los
delgados filamentos conectados a los nervios de su cabeza y en sus ojos
se lo impedían. Su cuerpo caminaba a la celda como una marioneta, y le
decía al paciente, una vez más, que estaba equivocado, y que no había
nadie tratando de engañarlo.
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