Probablemente la leyenda urbana más conocida y escalofriante de cuantas hay en la tradición oral en España. La Santa Compaña es una procesión de muertos que vagan por la noche reclamando el alma de los vivos…
Álvaro llevaba años sin poner los pies
en el pueblecito de Galicia donde creció; pero, la grave enfermedad que
sufría su padre, le obligó a desplazarse a la zona rural donde se crió
para darle un último adiós. Por desgracia su padre tenía las horas
contadas.
Angustiado por el ambiente familiar que
había en la que antes fue su casa, decidió salir a pasear para
despejarse un poco. No le importó que ya hubieran pasado las 2 de la
madrugada, tenía que separarse de sus hermanos, unos insensibles que
como parásitos ,y con su padre aún con vida, se repartían la herencia
como hienas despedazan la carroña.
Distraído y con la mente en otro lado,
caminaba por los abandonados caminos que llevaban a la ermita del
pueblo, una pequeña iglesia que se cerró varios años atrás por el grave
deterioro que había sufrido su tejado en una lluvia de granizo. La
ermita antes era la última escala en la procesión del pueblo, que
finalizaba llevando la imagen de un Cristo desde la Iglesia que había
cerca de la plaza hasta allí. Pero cada vez eran menos los habitantes de
la comarca y el pueblo parecía una fantasmagórica visión de lo que
Álvaro recordaba de su niñez, por lo que la ermita nunca fue restaurada.
Cuando se encontraba a escasos metros del tramo final, escuchó una especie de cánticos, su curiosidad le llevó a acercarse aún más, pero algo
en su interior le decía que debía esconderse. Un frío indescriptible
parecía metérsele en los huesos y comenzó a sentir un fuerte olor a cera
quemada.
Instintivamente decidió ocultarse tras
unos arbustos para contemplar aterrado lo que parecía una romería
fantasmal precedida por un hombre que con la cara demacrada portaba una
cruz en la mano; los demás integrantes eran aún mucho más aterradores, pues claramente podía verse que ya estaban muertos y sus rostros eran poco más que unas calaveras que movían sus escalofriantes mandíbulas mientras entonaban un rosario. Todos los muertos portaban una vela en su mano y su lento paso parecía dirigirles directamente a la casa del padre de Álvaro.
Álvaro, tan asustado como intrigado, decidió seguir a distancia a la cadavérica procesión, que cada vez se acercaba más
a la que fue su casa, el lugar donde sufría la agonía de una lenta
enfermedad su padre. Hasta que sorprendentemente su padre apareció
caminando y, sin mediar palabra, uno de los esqueletos envuelto en una
túnica se le acercó y le ofreció una de las velas. Su padre, como
hipnotizado, alargó la mano y la recogió, y tal y como había aparecido
se esfumó en ese instante. El resto de integrantes de esa Santa Compaña
también parecieron evaporarse en una extraña niebla. Todos menos el
portador de la cruz, el primer integrante de la procesión de muertos que
quedó tendido en el suelo durante unos segundos. Pasado ese tiempo se
levantó, y con la cara totalmente descompuesta por el cansancio y como
si su misma vida fuera gradualmente absorvida por la compañía de los
muertos, como un sonámbulo comenzó a caminar en dirección al pueblo.
Álvaro estaba tan petrificado por el
miedo que no podía moverse, sólo el grito desgarrador de una de sus
hermanas le despertó del shock en el que se encontraba. Casi sin darse
cuenta había caminado siguiendo a la Santa Compaña hasta escasos metros
de la casa de su padre, y el grito confirmó sus más temidas sospechas: la procesión de muertos había venido a reclamar el alma de su padre.
Corrió tan rápido como pudo hasta la
habitación donde yacía su padre ya sin vida, prácticamente toda la
familia se encontraba con él en el momento que su alma abandonó su
cuerpo, Álvaro entendió en ese momento que la imagen que vio de su padre
no era más que su alma uniéndose a una Santa Compaña con la que vagaría eternamente reclamando el alma de otros moribundos.
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