Joseph despertó en su cama, algo asustado, preocupado y con dolor de cabeza. Otra vez había soñado con autitos de madera. Se levanto y vio el pestillo algo trabado. Cada vez era más complicado abrir la jodida puerta. Sintió unos quejidos y aguardo en silencio. Nada. Abrió la puerta con dificultad, salió y cruzó a la habitación de en frente, donde dormía su abuela. Entro despacio y al parecer seguía como un Lirón.
Joseph volvió a la suya y se sentó a tratar de deducir que era lo que lo despertaba en las noches, que era eso que se quejaba, que arañaba, que le empujaba la puerta… y que eran esas marcas en la puerta. Como dibujando algo de a poco. Se sentó y se tomo la cabeza. No encontraba respuestas convincentes, salvo un montón de dudas con respecto a una conversación que sostuvo con su abuela durante la tarde anterior.
- Siempre jugabas con tu amigo imaginario – le decía Juana a su nieto.
- Pero al parecer no era tan imaginario como pensaba, ¿no?
- Tu tía quedo embarazada muy joven. Cuando ya tenía ocho meses, decidió acabar con la vida de la criatura. Lo único que encontré fue una carta hecha a la rápida y un feto en la tina del baño. Créeme, la vida se me cayo a pedazos…
Joseph recordaba poco a poco aquella plática mientras trataba de reconciliar el sueño.
- Nunca me habías contado eso…
- Créeme que se lo que pasa, Jó. En las noches puedo oírlo, puedo sentirlo, llamando a su madre.
- No sigas que ya me asustas.
- Lo envolví en una bolsita y lo mande a enterrar lo más lejos posible, Jó. ¿Puedes creer la coincidencia? ¿Puedes creerlo?
A medida que iba recordando, Joseph tenía menos sueño y más curiosidad.
- ¿… que coincidencia… abuela?
Y, bum, sonó el teléfono. La conversación llego hasta ahí.
Joseph abrió los ojos de un repente. Quizás si averiguaba el resto, podía saber algo más acerca de lo que lo que merodeaba en la casa desde hace unos días.
Se levanto a primera hora y ya tenia el desayuno listo, a pesar de que el aire estaba denso y el dolor de cabeza era constante. Con curiosidad, vio que la marca de su puerta no solamente estaba ahí, si no que también en la de la cocina. Hizo caso omiso y salió con su abuela.
- Con respecto al tema de ayer… – Decía Joseph mientras servía el Té – … recuerdo que hablabas de una coincidencia.
Juana, la abuela de Jó, cambio su semblante y se puso un poco más seria.
- Ay hijo, no nos conviene hablar mucho de esto…
Joseph miro extrañado una manchita en la mano de su abuela, que iba tomando forma.
- Tan solo dime, abuela, dime lo que paso…
- Pues… yo… el… el manzano…
Joseph vio con horror que la manchita de su abuela se transformaba en una especie de marca, parecidas a las de su puerta. Al mirarlas, un dolor de cabeza equivalente a una pateadura de dientes atacaba al chico.
- Abuela… estas… ¿estas bien?
Juana lo miro directo a los ojos, mientras respiraba de forma rápida, apretaba las manos y se encogía un tantito. Voces se oían en todas partes, murmurando, riendo.
- El… el manzano, ok, dime… ¡dime que pasa con el!
Su abuela no respondía. Estaba en la misma posición desde hace dos minutos y no movía un musculo. Joseph no entendía nada, le dolía la cabeza, estaba mareado, escuchaba voces y su abuela, paralizada. Aprovechando que estaba en el patio, se puso de pie como pudo y trato de salir, pidiendo ayuda. Pero puertas y rejas yacían cerradas, curiosamente, con las mismas jodidas marcas de su jodida habitación, sobre ellas.
Joseph se sentó a esperar la mejora de su malestar. Se dio cuenta, incrédulo, que los seguros de las puertas que trato de abrir estaban rotos. Era imposible. Corrió a la cocina, y vio los seguros rotos, con las mismas marcas sobre la puerta. Lo mismo para la habitación de Juana. Pero al ver la suya, que aseguraba que tenía las marcas, simplemente estaba limpia. No habían marcas, rasguños, hasta el pestillo que la aseguraba parecía nuevo. Joseph no dio más.
Tomó a su abuela, quien se mantenía con los ojos abiertos e inyectados, la recostó en su cama y el cayó al suelo, exhausto, casi desmayándose. Gritó, se revolcó, nadie lo escuchó. Finalmente se durmió tirado en el suelo, al lado de la cama de su abuela.
“,,, primo… primo… ¿eres tú? ¿Recuerdas los autitos? Si, aquellos de madera que hizo el abuelo… los rompiste, ¿recuerdas? Autitos de madera… hechos con la madera del…”
- ¡Manzano! – Grito Joseph, despertando repentinamente, casi ahogándose después de ese sueño revelador.
El Patio de atrás. Un manzano enorme y firme. Y su parte cercana a las raíces, marcas que se le hacían conocidas. Eran las marcas que dejó Joseph al romper los autitos de madera. A su amigo imaginario le gustaba jugar con ellos. O Mejor dicho a su primo.
Joseph tomó una picota, y se paro de frente al frutal aquel.
- Así que aquí hicieron la casa. Por eso decía que la coincidencia era de no creer… Aquí enterraron tu cadáver, primo.
Con la intención de acabar con la extraña venganza de su primo y de recuperar a su abuela, Joseph trabajo más de tres horas, picando, escarbando, picando, sudando como nunca lo hizo en su vida. Tiro el árbol desde las raíces y lo dejo caer, viendo, después de un estrepitoso estruendo, Ahí yacía, un paquete negro, envuelto en una bolsa transparente. Se agacho y soltó una lágrima, Nadie se merecía eso, ni siquiera un bebe no deseado. Pero al momento de sacar aquello de donde estaba, se percato que una misteriosa sombra se balanceaba sobre sus pies, en la puerta de la casa, detrás de él. Joseph miro con desconfianza y, dejando la bolsa donde estaba, tomo la picota y se puso de pie, lentamente. La sombra se acercaba hacia él, amenazante, con apariencia bastante humana y agresiva. Quizá era su primo, quien no quería que interrumpieran su descanso, en su lecho de muerte.
Joseph no se decidía. No sabía si abrir la bolsa o enfrentarse a aquello que se acercaba cada vez más rápido. Debía tomar una decisión, y debía tomarla ahora…
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Final 1: Separó las piernas y tomo la Picota al estilo Granjero, para asegurar un golpe seco y mortal. Pero sorpresa fue para el ver que la sombra era Juana, revelándose al llegar justo a la Luz de la Luna. Incapaz de reaccionar, Joseph soltó la picota, mirando los ojos rojos y furiosos de Juana.
- Por mis juguetes, primo - Murmuró la viejita.
Juana se lanzo al cuello y mordió de forma profunda, lacerando la arteria yugular y sacando la carne por pedazos. Joseph solo lloraba. Lo último que vio antes de desangrarse fueron las marcas en el árbol, y la bolsita negra, que nunca podrá abrir.
Final 2: De un movimiento audaz, tomó la bolsa con un pie y la levantó de forma suave, tomándola y abriendo su contenido.
La sombra no alcanzó su cometido y chillaba en medio de la oscuridad, como llorando, suplicando que aquello que había ahí no se viera. Joseph admiró con tristeza unos huesos, pequeños y blanquecinos. Miró de vuelta a la sombra, que no paraba de gritar, mientras se iba desvaneciendo poco a poco.
Joseph hizo un agujero, dejando ahí los restos.
- Perdóname, Primo…
Las marcas en el árbol desaparecían, las luces se encendieron en la casa y su Juana lloraba, llamando a su nieto.
Terminando de tapar el agujero con cuidado, Jó se sacudió un poco el polvo y se dirigió a atender a su abuela. Ya todo lo malo había pasado. Y las marcas, ya eran cosa del pasado.
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