Yo solo estaba sentado en el sillón, como ahora, y estaba escribiendo, como en este momento…
No osaba levantar los ojos del papel, aún en momentos de poca inspiración; mi pierna derecha se repartía entre mi cama y el suspenso del aire, mientras mi espalda se apoyaba en el respaldo del sillón y mis nalgas en el almohadón, mientras mi pierna izquierda se doblaba formando entre las dos una suerte de letra P, en esa posición podía también, aún sin mirarlo directamente , distinguir en segundo plano mi cama de cedro junto a la de mi hermana, sobre ella mi guitarra, totalmente desafinada, un mueble de pino donde además de una vieja computadora ya inútil, guardaba mis escritos y libros que llamaban especialmente mi atención. Recuerdo que tenía “El Aleph” de Borges y “Bestiario” de Cortázar, las obras literarias más increíbles de la historia Argentina en mi opinión. Esos libros están aún en ese lugar.
Los sonidos eran perceptibles, aunque no especialmente interesantes para mí. En el salón comedor de mi casa, el cual estaba conectado a mi habitación por un pasillo que a su vez conectaba con el baño principal, el cuarto de mis padres y el mío. No creo que la fisonomía de la casa haya cambiado desde ese momento, pero no lo sé con seguridad.
Mi absorción en mi escritorio era muy grande como para quitar mis ojos ni por un segundo de cada letra, de cada palabra y de cada oración de cada párrafo, de cada página. Aún es así.
Los sonidos del salón, que también estaba unido a la cocina, y del cual partía una fina escalera de roble por momentos crecían a causa de los recurrentes comentarios mutuos que se hacían mis padres, por momentos decrecían por sus murmullos o el silencio momentáneo que también aparecía por segundos, pero la sensación de compañía era constante, eso ya no es de la misma manera.
En un momento dado los sonidos provenientes de la sala se acallaron. Pero eso no fue lo extraño, sino que el sentimiento de seguridad que transmitía su presencia había desaparecido, de lo cual yo no me percaté hasta varios minutos después.
De todas maneras yo no lo tomaba como algo realmente preocupante, no salía de mi interés en lo que escribía. Aún en el momento en que escuche platos rotos, no lo vi como un hecho extravagante, pues era algo que sucedía ocasionalmente, tampoco me sorprendí al oír gritos, tan cercanos, tan reconocibles para mi, podía ser mi hermana o la televisión.
Lo que llamó mi atención finalmente fueron los pasos desconocidos acercándose mas y mas, tocando el frio marmolado del suelo donde yo continuaba sumido en mi sueño literario, me obligaba a hacerlo, como estoy haciendo ahora mismo.
Pasó cerca de una semana desde la última vez que oí sonidos familiares. Me forcé a permanecer en mi habitación y me forcé a escribir esto, como estoy haciendo ahora. No tuve noticias de mis padres, no las tengo aún, no tengo la certeza de nada, no tengo tampoco datos sobre ningún cambio a mi alrededor, eso es lo que me hiela la sangre, el hecho de que el mundo no gire mas, o mi simple confusión entre lo real y lo irreal, lo escrito y el mundo exterior.
No tuve noticias de absolutamente ningún cambio y no siento sueño ni hambre, tampoco sed o necesidades fisiológicas de ningún tipo.
Lo único que realmente se es que mi realidad prevalece en mi ficción.
Hace muy poco tiempo comencé la lectura de un breve cuento de Cortázar, tengo el libro en una mano con una página de mis escritos entre medio de las paginas diez y once, un hombre lee un cuento, es acerca de un criminal que entra a su choza, pasa velozmente el porche, que desemboca en el living, sin dudarlo avanza por el pasillo hasta la puerta del fondo, donde ve un hombre acostado en el respaldo de un sillón, con su pierna derecha apoyada entre su cama y el suspenso del aire, con un libroen una mano y una lapicera en la otra y ahora si, observando su mueble de pino.
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