En los llanos de Colombia y principalmente de Venezuela, existe la leyenda de un espectro maldito que, tras matar a su padre, deambula por la llanura desde tiempos muy antiguos. Su espantoso silbido es sinónimo de muerte y desgracia, por eso le llaman “El Silbón”.
Muchos son los habitantes de los llanos que cuentan haberlo visto sobre todo en verano, época en que la sabana
venezolana arde bajo el rigor de la sequía y El Silbón se sienta en los
troncos de los árboles y recoge polvo en sus manos. Pero es
principalmente en los tiempos de humedad y lluvia cuando el espectro vaga hambriento de muerte y ávido por castigar a borrachos y mujeriegos y a una que otra víctima
inocente. Y es que cuentan que a los borrachos les succiona el ombligo
para beberse el aguardiente que ellos ingirieron cuando se los encuentra
solos por el llano, y que a los mujeriegos los despedaza y les quita
los huesos y los mete al saco donde guarda los restos de su padre.
Algunas versiones dicen que es como un
alargado gigante de unos seis metros, que camina moviéndose entre las
copas de los árboles mientras emite su escalofriante silbido y hace
crujir, dentro de su viejo y harapiento saco, los pálidos huesos de su
infortunado padre; o, según afirman algunos, de sus múltiples víctimas.
Otras versiones dicen que, sobre todo a los borrachos, se les presenta
como la sombra de un hombre alto, flaco y con sombrero.
Existe la creencia de que sus silbidos
se suceden unos a otros en ciclos de do, re, mi, fa, sol, la, sí y que
se escuchan cercanos cuando no hay peligro y lejanos cuando sí lo hay
pues cuanto más lejanos suenan más cerca está. Unos piensan que escuchar
su silbido es un presagio de la propia muerte, que puede oírsele en
cualquier sitio y hora y que si lo oyes lejos entonces no te queda más
salvación que el ladrido de un perro; o, para otros más optimistas,
también el ají (un fruto rojo y muy picante que se emplea como
condimento) y el látigo.
Cuentan que, en ciertas noches, El
Silbón puede aparecerse cerca de una casa, dejando en el suelo el saco y
poniéndose a contar los huesos uno a uno. Si una o más personas lo
escuchan, no pasará nada; si nadie lo escucha, al amanecer un miembro de
la familia nunca despertará.
En los llanos orientales de Colombia,
donde le llaman “El Silbador”, creen que es el alma errante de un
mujeriego parrandero que murió en soledad, la gente afirma que él busca
la compañía de alguien que a esas horas de la noche ose cabalgar. Pero
aquella versión amable es una excepción pues, también en Colombia, otros
dicen que El Silbador persigue a las embarazadas, que su silbido
penetra los oídos e infunde frío y que, si alguien lo escucha en tono
agudo, pronostica la muerte de una mujer, mientras que si suena grave
pronostica la de un hombre. En cualquier caso, esa mujer u hombres es
generalmente alguien conocido por parte de quien ha escuchado el
silbido.
Orígenes
La leyenda de El Silbón nació a mediados
del siglo XIX en las llanuras de Guanarito, un municipio del estado La
Portuguesa, dentro de Venezuela. Después la leyenda migró a los llanos
de Cojedes y Barinas y hoy en día inclusive se la encuentra en ciertas
zonas de la llanura colombiana.
Versión 1:
Cuentan que cierto joven descubrió que algo extraño estaba pasando
entre su esposa y su padre. Unos dicen que el padre la había golpeado,
pero generalmente se cuenta que la violó y que, cuando su hijo lo
encontró cometiendo el crimen, únicamente se justificó diciendo: “lo
hice porque es una regalada (mujer fácil)”. Entonces la cólera del joven
se desató y ambos comenzaron un combate cuerpo a cuerpo, golpeándolo en
medio de la lucha con un palo y asfixiando a su padre con éste (que
yacía en el suelo tras el golpe), apretándolo con ferocidad hasta que
dejó de respirar…
El abuelo, que había escuchado toda la
pelea, pues se encontraba cerca, fue corriendo a ver qué pasaba y se
encontró con el atroz parricidio. Conmocionado, juró que castigaría al
joven, quien siendo de su propia carne y sangre, osó dar muerte a quien
le transmitió la vida…
Así, poco tiempo después se encargó de que el homicida fuese atado, dándole entonces una lluvia
de latigazos. “Eso no se le hace a su padre…¡Maldito eres pa´ toa´ la
vida”, le dijo antes de frotarle ají en las heridas y echarle al perro
Tureco para que lo persiguiera. Según la leyenda, el espíritu del perro
le perseguirá hasta el fin de los tiempos…
Versión 2:
El Silbón era un joven caprichoso y
consentido, acostumbrado desde niño a ser complacido en casi todo. Un
día, al Silbón se le antojó comer asadura de venado (hecha con el
hígado, el corazón y el pulmón del animal); su padre inmediatamente
salió de cacería a buscarle un venado…
Pero he aquí que el padre tuvo una mala
jornada de cacería y, tras regresar con las manos vacías, se encontró
con la cólera de su hijo, el cual se descontroló y terminó matándolo y
sacándole las partes necesarias para hacer la asadura.
Después le entregó las partes a la
madre, quien no sabía nada del asesinato; ésta acabó por darse cuenta de
que las partes para la asadura no se ablandaban como de costumbre,
sospechó de su hijo y avisó al abuelo.
Tras descubrir el crimen, el joven fue
maldecido por su abuelo y su hermano (según algunos, también por la
madre), quienes lo ataron, le pelaron la espalda a latigazos, le
frotaron ají en las heridas, lo echaron con violencia de la casa y le
soltaron al perro Tureco para que lo persiga.
Variante de la versión 2:
Dicen que El Silbón era un muchacho
mimado, un joven que había crecido con tales excesos de libertad que,
en su adolescencia, se fue de casa simplemente porque le apetecía “ver
mundo” y hacer “lo que le diera la gana”.
Fuera de casa, El Silbón llevó una vida libertina en la que las fiestas,
los excesos de alcohol y el sexo desenfrenado y promiscuo estaban a la
orden del día. Como era violento, cuentan que mató a varias personas y
que por ello estuvo muchas veces en prisión (no se sabe cómo salía tan
rápido). Pero finalmente El Silbón se cansó de todos los golpes y
maltratos que le costaban los excesos de su vida pendenciera y
libertina, por lo cual un buen día volvió al rancho de sus padres y
allí, pese a todas sus atroces proezas, fue recibido con alegría y
afecto.
Ya pasados algunos días, El Silbón invitó a su padre de cacería; y, cuando estaban algo adentrados en el bosque después de que el muchacho
guiara al padre por un buen rato, encontraron un árbol delgado y
torcido que les obstaculizaba el paso. Surgió entonces el siguiente
diálogo entre el hijo y su padre:
Papá, ¿por qué no enderezas ese palo? Está atravesando el camino. ¿Por qué no lo enderezas?”
¡Ay, hijo!, ese ya no se puede
enderezar, debía hacerse cuando estaba tierno, cuando estaba chiquito,
ya está muy formado y crecido, ya no se puede.
¡Ah! Si usted sabía que las cosas
torcidas se enderezan cuando están pequeñas: ¡¿por qué entonces no me
enderezó cuando podía, cuando estaba a tiempo?! Usted me dejó crecer
malo, torcido y caprichoso… No sabe cuánto he sufrido por eso. He tenido
que matar tanta gente y sufrir tantos golpes para estar vivo ahora…
Llegado el momento, el hijo le confesó
al padre que pensaba matarlo, que tenía que vengarse por todo lo que
había sufrido por culpa de él. Así y sin darle tiempo de huir, lo agarró
del cuello, lo apuñaló y le sacó las partes (hígado, corazón y pulmón)
con que se hace el asado. Después dejó el cuerpo tirado y fue a casa con
las partes de su padre para que la madre hiciera un asado…
No obstante la madre se dio cuenta del
crimen, entró en ira, lo maldijo y, junto al hermano y el abuelo, lo
ataron, le arrancaron la piel de
la espalda a latigazos, le frotaron ají, lo exiliaron para siempre de
casa y mandaron al perro Tureco para que lo persiga, lanzándole la
maldición de que sería errante y no tendría descanso pues oiría los
ladridos del perro cada vez que se detuviera a descansar…
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