Un hombre vivirá la experiencia más aterradora de su vida cuando un coche ocupado por unos individuos de peligroso aspecto se acerque a la cabina de peaje en la que trabaja por la noche.
Era una noche aburrida y tediosa como
cualquier otra en el gris trabajo de un viejo cajero de peaje. Además
esa semana le tocaba trabajar en el turno de noche y el aburrimiento se
multiplicaba en una de esas largas noches en las que casi no pasaba ni
un vehículo. Su única compañía hubiese sido su compañero Ernesto, pero
por desgracia a él esa noche le tocaba la entrada de camiones y
vehículos pesados que se encontraba en la cabina más alejada.
Escuchar Daddy Yankee a todo volumen a las cuatro de la mañana ya hubiese sido motivo suficiente para odiar al grupo de macacos que había en el interior del vehículo. Pero al bajar los cristales tintados de la ventanilla su repulsa aumentó al ver a un niñato de unos veinte años con una camiseta sin mangas y el típico cuerpo de haberse machacado en el gimnasio aderezado con un poco de esteroides. Además tenía todo el brazo, el cuello y parte de la cara tatuados, pero lo más impactante de su aspecto de matón de discoteca era una funda metálica en los dientes superiores que hacía que su aspecto fuera incluso más amenazante y aterrador.
- ¿Qué pasa abuelo tengo algo pintado en la cara o qué?
Tras hacer la pregunta se escucharon unas risas de los otros ocupantes del vehículo, debían ser unos tres mas y cuando vieron que su “líder” se envalentonó aprovecharon para asomarse por las ventanillas para ver la cara de miedo del viejete mientras su amigo le empezaba a molestar.
- Vamos Tutankamón que no tenemos toda la noche ¿Cuánto es?
- Un euro y medio – contestó el viejo sin levantar la cabeza.
- ¡¡Pero serás ladrón!!! No me jodas cada día es más caro.
- Tiene usted razón señor pero yo no pongo los precios, yo solamente soy un “mandao”.
- Jajaja mira el viejales que educado que me llama de usted y todo. Me has caído bien Tutankamon, ¡¡¡Sal de la cabina que nos vamos de fiesta!!!
- Disculpe señor pero no puedo abandonar mi puesto.
- ¿Seguro que no te quieres venir? – El matón alargó el brazo y le dio un billete de cinco euros para pagar el peaje.
- No, muchas gracias – le dijo el hombre que no levantaba la mirada del suelo de puro terror.
Mientras contaba el cambio que tenía que devolverle aprovechó para levantar la barrera, cuanto antes se fueran mejor.
- Aquí está su cambio señor – dijo tratando de no cruzar la mirada con él.
En ese momento un escalofrío le recorrió el cuerpo cuando sintió como una fuerte mano le agarraba de la muñeca.
- ¡¡¡Te vas a venir con nosotros quieras o no!!! – Mientras pronunciaba esas palabras sacó una cuerda y con un nudo que ya tenía preparado le ató la mano.
Sin mediar mas palabra el matón aceleró su coche al máximo y salió quemando ruedas mientras de la ventanilla salía más y más cuerda que debían tener enrollada dentro del coche.
El hombre paralizado por el miedo, intentó desesperadamente deshacer el nudo, pero era muy complejo y se notaba que lo habían preparado para resultar casi imposible deshacerlo. No sabía cuanta cuerda había dentro del coche y en cualquier momento recibiría un fuerte tirón que le podría arrancar el brazo o lo que es peor le arrastraría detrás del coche de los matones. Esa gente desalmada podrían arrastrar su cadáver durante kilómetros antes de soltar la cuerda.
El hombre recordó que sus hijos le habían regalado una navaja suiza por el día del padre, una de esas multiusos que sirven para todo y en realidad no sirven para nada. Intentó en vano cortar la cuerda, pero parecía una de esas de alpinismo ultra resistentes y preparadas para soportar roces contra la roca y grandes tirones.
Su compañero de trabajo al escuchar sus gritos salió corriendo hacía su cabina sin saber que sucedía y al ver la cuerda atada a la muñeca de su amigo y como el coche se alejaba a toda velocidad se quedó petrificado.
Cuando todo parecía perdido, sucedió lo que menos se hubieran podido esperar, el otro extremo de la cuerda salió por la ventanilla del coche que se alejó a toda velocidad…
Realmente la cuerda nunca había estado
atada al interior del coche. Tan sólo fue una broma macabra y de mal
gusto con la que los matones pretendían darle el susto de su vida al
pobre hombre del peaje.
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