-Buenas tardes. Pase usted, acuéstese y digamé que tiene.
-Terror, doctor. Eso es lo que tengo. Una sensación de angustia y de desesperación.
-Pues dígame, que fue lo que sucedió.
-Pues mire: no sé si fue un sueño, algo que me cayó mal, una experiencia bajo los efectos del alcohol, o quizás una broma muy bien hecha. No tengo ni idea, pero eso si, es algo que jamás olvidaré.
Bueno pues explíqueme mejor porfavor
-Johan, a sus órdenes. Soy psicólogo. Vaya ironía, ¿no? Que un psicólogo analize a un psicólogo jaja. Pero bueno.
-¿Qué recuerda de ese día, que hizo, que comió, que bebió, que?
-Pues, de hecho, nada. Nada fuera de mi rutina diaria. Recuerdo que fui con mi esposa a comprar un ataúd para mi bebé recién fallecido. Ella estaba desconsolada, estaba perdida, sentía que también ella se me iba a ir. Ella me dijo que si ella también se iba, que me volviera a casar, que tuviera una nueva vida, donde no recordase todo lo vivido. Ella se estaba muriendo de tristeza. De pronto, así de la nada, ella se desmayó. La llevé al hospital enseguida. La dejé ahí para que estuviera tranquila. Recordé en ese momento que debía regresar a mi oficina por mis llaves. Seguramente por las prisas las olvidé por accidente. Recuerdo que estaba lloviendo. Las calles estaban tan peligrosas, y yo intentando manejar rápido para llegar a mi oficina y no dejar sola a mi mujer. Lo bueno es que llegué bien. Entré por la puerta trasera, no quería que pensaran que todavía estaba disponible para recibir gente. La entrada trasera de mi oficina es muy oscura y tétrica. Siempre me ha dado miedo pasar por ahí. Llegue a mi escritorio, tomé mis llaves y me dispuse a salir rápidamente, cuando una mujer con su hijo me detuvieron enfrente de la entrada a mi consultorio. Yo les dije que no tenía tiempo, y que me dejaran en paz, pero la mujer me dijo que le ayudara, pues el estaba muy grave. Él llevaba una consola portátil en sus manos. Se veía que estaba jugando algo como de aventuras. Su juego se veía en blanco y negro. Su madre, desesperada, le intentó arrebatar la consola de las pequeñas manos del niño. En respuesta, el niño gritó de una manera tan horrible y tan estruendosa que todos alrededor se nos quedaron viendo. Su madre insistió en que le hiciera una consulta. No tuve más remedio que decir que si. Lo pase a mi consultorio y él se sentó y siguió jugando en su consola. Le pregunte a que estaba jugando y el dijo:
-Estoy jugando mi juego favorito. Se llama Pokémon.
Le pregunté si podía ver lo que estaba haciendo y dijo que no. Dijo que su amigo rojo se enojaría con él si dejaba que yo lo viese. Le pregunté que quién era rojo y él me dijo:
-Es un amigo mío. Siempre está conmigo. Me dijo que no podía hablar de él, por que me puede lastimar. Seguramente lo hará ahora.
Después de eso, yo le dije que me dejara ver a rojo. El me dijo que no, y me golpeó muy fuerte. Yo me asusté, pues un niño no tiene esa fuerza a esa edad. Le arrebaté su consola y miré la pantalla. En ella estaba un personaje caminando por un pueblo pequeño con una gran torre a un costado. Habían muy pocos edificios en ese pequeño pueblo. La pantalla parpadeó y mostró una escena que decía:
-Un Pikachu salvaje ha aparecido! Ve Mew!
Después de eso, el tal “Mew” dijo:
-Mew usó maldición!
Y entonces, la pantalla se empezó a obscurecer. Al tal mew se le cayeron los ojos y perdió partes de su cuerpo. La pantalla dijo:
-Mew ha sacrificado parte de sí para maldecir a el Pikachu salvaje!
Luego, el Mew empezó a brotar sangre de las partes que había perdido. La pantalla se hizo más clara y la música de fondo cambió de golpe. Se empezó a revertir y empezó a sonar más oscura y tétrica. El tal Pikachu dijo:
-Por… favor… detente…
Y la figura empezó a temblar
-El Pikachu está muy asustado para moverse. Ha empezado a llorar!
Unas pequeñas lagrimas brotaron de los ojos del tal Pikachu
Y entonces, el tal Mew lo agarró con el brazo que le quedaba y lo comenzó a devorar violentamente. Le arrancó los ojos, su cola y sus orejas. La pantalla dijo:
-Mew está asesinando al Pikachu salvaje! Pikachu pide piedad!
Y luego, después de haber terminado, la pantalla terminó diciendo:
-El Pikachu salvaje ha muerto!
Y la pantalla se obscureció. Sono una música muy tétrica y el niño, al oirla, se empezó a golpear contra el suelo. Me arrebató su consola mientras leía que la pantalla decía: “TU DEBES SOMETERTE. DEBES SUFRIR”. El niño me miró antes de irse y dijo:
-¡Tu esposa no vivirá mucho!
Y el pequeño se fue llorando. Tras él, dejaba pequeños charquitos de sangre, seguramente por el hecho de que se golpeó contra el suelo. Me fijé por la ventana de mi consultorio y no vi a la mujer ni a su hijo. Seguramente se fueron corriendo. Yo estaba temblando por lo que me dijo el niño, y por lo que vi en su juego. Me fui a el hospital temblando. Entre y pregunté por mi esposa. Fui al cuarto al que me dijeron y cuando iba a abrir la puerta, vi una sombra que se salió del cuarto de mi esposa, y que se iba corriendo por el pasillo. Al entrar, vi a mi esposa pálida, cubierta por sábanas. Al levantar esa sábana, su pecho y su estomago estaban abiertos, brotando sangre. Sus órganos se veían claramente. Casi vomito. Mi esposa aún respiraba. Me veía a los ojos. Yo le pregunté que quién le había hecho eso, y ella solo me dijo:
.Él… está… aquí… nos… ve… tu… sabías… rojo…
Y entonces, cerró sus ojos. De pronto y de golpe, la puerta se abrió y vi a unos doctores que me veían fijamente. Yo estaba llorando. No entendía por qué me veían así. Vi mis manos, y estas estaban manchadas de sangre, al igual que mi camisa. Dije: No fui yo, y ellos solo llamaron a seguridad. Yo lloraba. Después de eso, me desmayé. Al despertar, estaba en una cama de hospital. Un par de doctores estaban conversando, y les pregunté que pasó. Ellos me dijeron que yo había sido acusado del asesinato de mi esposa, hasta que analizaron la sangre de mis manos y se dieron cuenta que no era su sangre… ni la mia. Me declararon inocente. Me dijeron que yo estaba herido de las manos, como si me hubieran rasguñado. Tenía las manos vendadas. Me dieron de alta ese mismo día. Revisé los bolsillos de mi ropa. Estaban mis llaves, mi cartera, un clip… y una consola como la del niño, solo que esta estaba manchada de sangre que aún parecía fresca. Pedí que la analizaran, y me dijeron que tenía 3 tipos de sangre: La mía, la que no concordaba con las de los análisis… y la de mi esposa.
-Eso que me dice usted es…
-Y eso no es todo doctor, desde ese día, no puedo dormir, no puedo comer, perdí peso, perdí amigos, perdí mi vida. Cada que intento dormir doctor, oigo la música de esa consola… y al oirla recuerdo ese día, eso que vi, eso que, creo yo, viví. No sé que hacer doctor… ah! Y además, aún conservo esa consola que encontré en mi bolsillo. ¿La quiere ver?
-Pues… si usted me lo permite… ¿De aquí se enciende?
-Si si…
–… dice “Game Freak”… y ahora dice… Pokémon edición Azul…. me pregunta si quiero “cargar” una partida. ¿Lo hago?
-No sé doctor. Yo solo la he encendido, pero no resisto oir esa música del principio. Me da escalofríos.
-Ok… ¿Qué es esto? ¿Pueblo Lavanda? ¿Qué significa? Parece ser que me puedo mover… ¿Pero qué es esto? “Un Pikachu salvaje ha aparecido”.
-Oh no… no doctor… no lo haga… esa música… ¡Deténgase porfavor!
-Pero por qu…
Después de esto, la cinta se corta. No hay más en la cámara de seguridad del consultorio de Adam Tomas. La cinta fue grabada el 13 de abril del 2000. El cuerpo del psicólogo Adam Tomas se encontró mutilado en su oficina. En su mano derecha, se encontraba la consola “Game Boy” con el cartucho del juego: “Pokémon Azul”. El paradero del psicólogo Johan Hills sigue sin conocerse.
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