La primera ocasión estaba despertando, abrí los ojos tan sólo un poco para apreciar la luz entrando por mi ventana, encontrándome, al hacerlo, con la cara arrugada, vieja y morena de un hombre, frente a mí, observándome con atención; tan cerca que casi podía sentir su rostro chocando contra el mío. Su tétrica mirada fue algo penetrante que me llenó de miedo. De un parpadeo a otro, la cara de tal hombre desapareció; temblé, y corrí fuera de mi cuarto.
La segunda vez no podía dormirme, era una noche calurosa, y, sobretodo, estaba preocupada. Mi habitación era débilmente iluminada por la lámpara sobre mi estante, dándome la visibilidad necesaria para notar la presencia de cualquiera que entrase. No quería tan siquiera cerrar los ojos, pero luego de unas horas sucumbí lentamente. Él estaba frente a mi cama sin yo darme cuenta. Quedé perpleja con su presencia. Bruscamente alzó su brazo para tomarme por el pie; a pocos centímetros de alcanzarlo, desapareció. Me pasé a la habitación de mi padrino espantada y le conté todo lo sucedido, algo irritado por haberlo despertado, me dijo que estaba alucinando.
La tercera vez mi madre estaba en su día libre, se quedaría en casa todo el día. Yo salí antes de que ella se levantara a hacer unas compras. Me contó que durante mi ausencia escuchó un ruido fuerte en mi pieza, preguntó desde la cocina si había pasado algo y me escuchó darle una negativa. Me dirigí a mi habitación intrigada, pero la encontré intacta”.
Esta carta se encontró en el
diario de una amiga que fue hallada muerta semanas atrás en su
habitación; se asume que fue un homicidio, nadie sabe quien pudo
llevarlo a cabo.
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